domingo, 28 de octubre de 2007

La arcada y la rabia

El camino es el mismo. No importa los años que transcurren sobre tu piel, ni tan siquiera en la nueva situación en la que te encuentres, las lineas que demarcan el camino seguirán constantes. Ya de pequeña elegí la destrucción, odiaba esos impulsos agresores y mi incotinencia en manifestar mediante el desprecio y la rabia que las cosas más sencillas no salieran como esperaba. Mi fustración proyectada entre los que me defendían por la empatía que a mi me faltaba, y contra mi propio ser con autocastigos que crecían en intensidad con los años. Como bolas de barro contra la cara este del muro de Berlín.

Tras cientos de años, la constante sigue aferrada a su naturaleza. Mis visitas a depositar jugos gástricos no han mermado en frecuencia, mi ansiedad sigue anclada en aquello que contiene mi esencia, y desconocer aquello que soy, aumenta aún más ese círculo vicioso que me impulsa a envenenarme entre arcadas.

Sé que tras de mi, todos los días cuando me arrodillo ante el váter, éste no es mi único confesor. Sé que estás detrás de la puerta, muriéndote por no saber que hacer conmigo, ni con tus incertidumbres. Y entre gota y gota de ácido clorhídrico me destruyo aún más, sabiendo del daño que te hago, de la impotencia por no poder morir y por el asco de ser como soy.


Laura y las arcadas de la miseria.

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