Y por fin volvieron a respirar el aire libre de azufre y protoactinio. Cegados por la libertad, gritaban guiados por el paleocortex. Gritos de humanidad auténtica, de desinhibición social y moral. El grito del hombre. Y que culpa tenían esos pobres gitanos de verlos surgir de la tierra para rugir con sus sonidos desgarradores, que culpa tuvieron de vivir cerca de un polvorín.
Y que culpa tiene el hombre de ser hombre.
Y que culpa tiene el hombre de ser hombre.
Llegaron para no regresar jamás.
El plan maestro y los hijos de la mutagéneis
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