El tiempo verdaderamente se había detenido, no cabía ningún género de duda, el fluir temporal se había tornado tan sólido y estático que nada tenía que envidiar al monte Io. Consecuente con ello, se dejaba llevar entonces por notas estáticas que solo variaban a su antojo, conformando la melodía en la que sus oídos querían regocijarse. El último baile en Ática.
Ella levantaba los brazos por encima de su cabeza para luego volverlos a llevar a su posición original, no sin antes acariciar su voluptuoso cuerpo. Sentía que los pliegues de su piel se barnizaban de sudor, sabía que muchos acólitos de la testosterona la observaban como el postre de la última cena. El Dj era su aliado, las luces solo buscaban su figura para jugar con su sombra, no podía dejar de sonreir. El tiempo podía haberse quedado sentado en los restos del muro de Berlín, pero la música ya no podía verse más inmersa en los dictámenes caprichosos de un devenir temporal, ahora cobraba vida y se veía ataviada de textura, de color y de olor. Ella se extasiaba, ella era completamente féliz, ella estaba enamorada...
Él único ser de Hélike con el que realizaba el trueque más viejo del mundo, no la quería por sus turgentes pechos, ni por sus insinuantes caderas, ni por su tierna vulva. Cuando empujaba su cadera sobre la de ella, la miraba a los ojos, penetrando su cuerpo y su esencia, la había transportado a los confines del cosmos y se habían fotografiado junto al Blazar de Andrómeda. Él era distante, extraño y único, como si no perteneciera a este mundo pero dando la sensación de que había estado siempre aquí. El señor Marburg era el nombre que la golpeaba una y otra vez en su cabeza. Sus pies eran suyos.
La hora llegaba, porque la mezcla de mescalina, crack y alcohol no tenía suficiente poder para detener el tiempo cósmico, más alla de nuestros lóbulos frontales. Fuera de Ática, dirigiéndose por el camino del pantano hasta la rivera del río, le esperaba el fin de sus días. Estaba escrito en un papel ruinoso con letras curvas y tinta azul. Eusebio "dolor" Velasco se encargaría de hacer de Caronte esa noche, remaría lo justo para llevarse a veinte de sus chicas al viaje sin retorno, como máxima ejemplificadora de que con él no se juega. Entre sus billetes no hay ninguno que contega en el reverso la palabra amor...
Ella levantaba los brazos por encima de su cabeza para luego volverlos a llevar a su posición original, no sin antes acariciar su voluptuoso cuerpo. Sentía que los pliegues de su piel se barnizaban de sudor, sabía que muchos acólitos de la testosterona la observaban como el postre de la última cena. El Dj era su aliado, las luces solo buscaban su figura para jugar con su sombra, no podía dejar de sonreir. El tiempo podía haberse quedado sentado en los restos del muro de Berlín, pero la música ya no podía verse más inmersa en los dictámenes caprichosos de un devenir temporal, ahora cobraba vida y se veía ataviada de textura, de color y de olor. Ella se extasiaba, ella era completamente féliz, ella estaba enamorada...
Él único ser de Hélike con el que realizaba el trueque más viejo del mundo, no la quería por sus turgentes pechos, ni por sus insinuantes caderas, ni por su tierna vulva. Cuando empujaba su cadera sobre la de ella, la miraba a los ojos, penetrando su cuerpo y su esencia, la había transportado a los confines del cosmos y se habían fotografiado junto al Blazar de Andrómeda. Él era distante, extraño y único, como si no perteneciera a este mundo pero dando la sensación de que había estado siempre aquí. El señor Marburg era el nombre que la golpeaba una y otra vez en su cabeza. Sus pies eran suyos.
La hora llegaba, porque la mezcla de mescalina, crack y alcohol no tenía suficiente poder para detener el tiempo cósmico, más alla de nuestros lóbulos frontales. Fuera de Ática, dirigiéndose por el camino del pantano hasta la rivera del río, le esperaba el fin de sus días. Estaba escrito en un papel ruinoso con letras curvas y tinta azul. Eusebio "dolor" Velasco se encargaría de hacer de Caronte esa noche, remaría lo justo para llevarse a veinte de sus chicas al viaje sin retorno, como máxima ejemplificadora de que con él no se juega. Entre sus billetes no hay ninguno que contega en el reverso la palabra amor...
M83 - Couleurs
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