El hecho de ver a Jostein sentado sobre el resto de lo que fue un duplex burgués, lleno de sangre y suciedad, le hizo gracia. Le resultaba la síntesis del fracaso de los ideales humanos, esos valores que tanto se esfuerzan en defender los más puritanos e hipócritas realizando cruzadas para enmudecer gargantas.
Brian contemplaba aquel escenario de destrucción de los barrios del Oeste de Hélike, aquellos que albergaron una vez a las personas más interesantes y envidiadas de la cúpula: dinero, drogas, famosos y poder; hermanos y padres del capitán Willis. Todo le resultaba tan familiar y a la vez tan ajeno, que para paliar ese sentimiento se forzaba a observar, tácito, la obra teatral que había permitido sin el consentimiento de Jostein.
Miles de los hombres que formaban las legiones que comandaban el teniente Jhonsen y él mismo, se esforzaban en violar a toda mujer que encontraban entre los restos de aquel paraje de naturaleza muerta. Como muertas quedaban todas para el resto de sus vidas, marcadas por los sexos mutados de sus verdugos sexuales. Allí todas eran iguales: sirvientas, nobleza, actrices y putas de lujo, el olor de sus coños no ofrecía distinción de casta. Ni un grito, ni un lloro, todo era silencio en aquella orgía grotesca que de vez en cuando se veía interrumpida por el gemido de un rápido orgasmo sobre el vientre de alguna víctima.
Los libros de historia algún día hablarán de ellos como héroes al liberar a Hélike de un sistema opresor, como lo han hecho con muchos otros hechos a lo largo de las edades del hombre. La letra pequeña que escriben las manos de los que bebieron del horror, tiende a diluirse para acabar por no existir. Brian Willis nunca se ha considerado un héroe, ni nunca se le pasó por la cabeza serlo, solo pone a prueba su humanidad con hechos que ponen en duda la naturaleza de ésta, para demostrar lo simple que es pertenecer a su especie.
Jostein, en cambio, admiraba la complejidad del hombre y por ello se hundía en su miseria al no poder comprender porque sentado sobre ese bloque de hormigón, observando miles de cópulas forzadas, no llegaba a empatizar con las víctimas de aquella masacre a la dignidad. Solo podía disimular aquello haciendo ver a los ojos de un ser invisible y neutral, que todo ello le afectaba en lo más profundo de su mente. Pero no podía dejar de intentar introducir pequeñas piedras en el orificio dejado por un mortero.
Al final todo se reducía a esa trivial acción.
Miles de los hombres que formaban las legiones que comandaban el teniente Jhonsen y él mismo, se esforzaban en violar a toda mujer que encontraban entre los restos de aquel paraje de naturaleza muerta. Como muertas quedaban todas para el resto de sus vidas, marcadas por los sexos mutados de sus verdugos sexuales. Allí todas eran iguales: sirvientas, nobleza, actrices y putas de lujo, el olor de sus coños no ofrecía distinción de casta. Ni un grito, ni un lloro, todo era silencio en aquella orgía grotesca que de vez en cuando se veía interrumpida por el gemido de un rápido orgasmo sobre el vientre de alguna víctima.
Los libros de historia algún día hablarán de ellos como héroes al liberar a Hélike de un sistema opresor, como lo han hecho con muchos otros hechos a lo largo de las edades del hombre. La letra pequeña que escriben las manos de los que bebieron del horror, tiende a diluirse para acabar por no existir. Brian Willis nunca se ha considerado un héroe, ni nunca se le pasó por la cabeza serlo, solo pone a prueba su humanidad con hechos que ponen en duda la naturaleza de ésta, para demostrar lo simple que es pertenecer a su especie.
Jostein, en cambio, admiraba la complejidad del hombre y por ello se hundía en su miseria al no poder comprender porque sentado sobre ese bloque de hormigón, observando miles de cópulas forzadas, no llegaba a empatizar con las víctimas de aquella masacre a la dignidad. Solo podía disimular aquello haciendo ver a los ojos de un ser invisible y neutral, que todo ello le afectaba en lo más profundo de su mente. Pero no podía dejar de intentar introducir pequeñas piedras en el orificio dejado por un mortero.
Al final todo se reducía a esa trivial acción.
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