viernes, 29 de agosto de 2008

Oh Gein, oh monstruo

No sabía distinguir si aquel impulso era meramente debido a su desviación sexual o quizás, a la melancolía de tiempos que ya no vendrán jamás. Con sus mórbidas manos agarrando aquella verja, observaba mudo a decenas de niños correr detrás de un balón o creando mundos en la hora del recreo.

Él no recordaba el patio del colegio de esa forma, sumido en una noche que nunca se acababa y solo vigilado por enormes focos de luz sintética.
Hubo un tiempo en que el sol del mediodía jugaba a crear sombras con la pelota, a salpicar de destellos las gafas del más listo y a secar las lágrimas del perdedor. A pesar de que los pocos recuerdos que aún le quedaban no eran felices
y ya no volverían nunca más, al menos parecían inocentes. Apoyó su cabeza sobre la verja, cerró los ojos y se desmoronó. Toda una masa grasienta y sin vida temblaba de desesperanza e impotencia, sin advertir, que al otro lado de la valla una niña de coletas lo miraba preocupada. Acercó su mano a la de él entregándole lo más preciado que tenía en ese momento. Gein abrió los ojos, la observó detenídamente como un animal ante una amenaza y cogió lo que la cría le ofreció. Era tan solo una pequeña tortuga de madera la que descansaba ahora en su mano, la niña sonrió ofreciendo nostálgicos huecos dentales y se fue rápidamente a resguardarse de la lluvia que comenzaba a dar signos de vida sin previo aviso.

Gein guardó aquel obsequio en uno de los bolsillos de su gabardina y se dió un grándisimo bofetón en la cara.

- No, hoy no maldito monstruo, ¡¡¡¡hoy no!!!

No hubo sol para secar las lagrimas del perdedor.


Slowdive - Country rain


martes, 26 de agosto de 2008

Vibraciones temporales

El tiempo verdaderamente se había detenido, no cabía ningún género de duda, el fluir temporal se había tornado tan sólido y estático que nada tenía que envidiar al monte Io. Consecuente con ello, se dejaba llevar entonces por notas estáticas que solo variaban a su antojo, conformando la melodía en la que sus oídos querían regocijarse. El último baile en Ática.

Ella levantaba los brazos por encima de su cabeza para luego volverlos a llevar a su posición original, no sin antes acariciar su voluptuoso cuerpo. Sentía que los pliegues de su piel se barnizaban de sudor, sabía que muchos acólitos de la testosterona la observaban como el postre de la última cena. El Dj era su aliado, las luces solo buscaban su figura para jugar con su sombra, no podía dejar de sonreir. El tiempo podía haberse quedado sentado en los restos del muro de Berlín, pero la música ya no podía verse más inmersa en los dictámenes caprichosos de un devenir temporal, ahora cobraba vida y se veía ataviada de textura, de color y de olor. Ella se extasiaba, ella era completamente féliz, ella estaba enamorada...

Él único ser de Hélike con el que realizaba el trueque más viejo del mundo, no la quería por sus turgentes pechos, ni por sus insinuantes caderas, ni por su tierna vulva. Cuando empujaba su cadera sobre la de ella, la miraba a los ojos, penetrando su cuerpo y su esencia, la había transportado a los confines del cosmos y se habían fotografiado junto al Blazar de Andrómeda. Él era distante, extraño y único, como si no perteneciera a este mundo pero dando la sensación de que había estado siempre aquí. El señor Marburg era el nombre que la golpeaba una y otra vez en su cabeza. Sus pies eran suyos.

La hora llegaba, porque la mezcla de mescalina, crack y alcohol no tenía suficiente poder para detener el tiempo cósmico, más alla de nuestros lóbulos frontales. Fuera de Ática, dirigiéndose por el camino del pantano hasta la rivera del río, le esperaba el fin de sus días. Estaba escrito en un papel ruinoso con letras curvas y tinta azul. Eusebio "dolor" Velasco se encargaría de hacer de Caronte esa noche, remaría lo justo para llevarse a veinte de sus chicas al viaje sin retorno, como máxima ejemplificadora de que con él no se juega. Entre sus billetes no hay ninguno que contega en el reverso la palabra amor...


M83 - Couleurs

jueves, 21 de agosto de 2008

Entre los restos

El hecho de ver a Jostein sentado sobre el resto de lo que fue un duplex burgués, lleno de sangre y suciedad, le hizo gracia. Le resultaba la síntesis del fracaso de los ideales humanos, esos valores que tanto se esfuerzan en defender los más puritanos e hipócritas realizando cruzadas para enmudecer gargantas.

Brian contemplaba aquel escenario de destrucción de los barrios del Oeste de Hélike, aquellos que albergaron una vez a las personas más interesantes y envidiadas de la cúpula: dinero, drogas, famosos y poder; hermanos y padres del capitán Willis. Todo le resultaba tan familiar y a la vez tan ajeno, que para paliar ese sentimiento se forzaba a observar, tácito, la obra teatral que había permitido sin el consentimiento de Jostein.

Miles de los hombres que formaban las legiones que comandaban el teniente Jhonsen y él mismo, se esforzaban en violar a toda mujer que encontraban entre los restos de aquel paraje de naturaleza muerta. Como muertas quedaban todas para el resto de sus vidas, marcadas por los sexos mutados de sus verdugos sexuales. Allí todas eran iguales: sirvientas, nobleza, actrices y putas de lujo, el olor de sus coños no ofrecía distinción de casta. Ni un grito, ni un lloro, todo era silencio en aquella orgía grotesca que de vez en cuando se veía interrumpida por el gemido de un rápido orgasmo sobre el vientre de alguna víctima.

Los libros de historia algún día hablarán de ellos como héroes al liberar a Hélike de un sistema opresor, como lo han hecho con muchos otros hechos a lo largo de las edades del hombre. La letra pequeña que escriben las manos de los que bebieron del horror, tiende a diluirse para acabar por no existir. Brian Willis nunca se ha considerado un héroe, ni nunca se le pasó por la cabeza serlo, solo pone a prueba su humanidad con hechos que ponen en duda la naturaleza de ésta, para demostrar lo simple que es pertenecer a su especie.

Jostein, en cambio, admiraba la complejidad del hombre y por ello se hundía en su miseria al no poder comprender porque sentado sobre ese bloque de hormigón, observando miles de cópulas forzadas, no llegaba a empatizar con las víctimas de aquella masacre a la dignidad. Solo podía disimular aquello haciendo ver a los ojos de un ser invisible y neutral, que todo ello le afectaba en lo más profundo de su mente. Pero no podía dejar de intentar introducir pequeñas piedras en el orificio dejado por un mortero.

Al final todo se reducía a esa trivial acción.

miércoles, 13 de agosto de 2008

La noche del alba

Todo olía a pólvora. Una de las grandes fiestas de Hélike comenzaba su representación teatral en forma de fuegos artificiales, mientras que uno de los máximos guardianes de la seguridad del estado terminaba su larga jornada laboral. Todo el mundo celebraba aquellas explosiones de colores que plagaban la inmensa bóveda de la cúpula, eran tiempos de miradas al cielo.

Tavernier no era muy dado a este tipo de celebraciones, quizás debido a que en esas circunstancias la ciudad era más vulnerable y también debido a lo molesto que le parecía aquel ruído de los cohetes. Por ello, se daba prisa en coger su viejo ford fiesta marrón para llegar cuanto antes a su hogar y poder descansar en paz mientras veía, con la mente en blanco, algún programa nocturno de las dos cadenas de la televisión estatal.

Con el chirriar de las ruedas, el automovil tomó rumbo en dirección a los barrios residenciales del oeste. Los fuegos de colores se reflejaban en los cristales del coche cambiando virtualmente la tonalidad de piel de su piloto a cada explosión. El cielo se iluminaba, una manera de recrear los amaneceres que los antepasados disfrutaban tras cada noche. En Hélike siempre era de madrugada, nunca había vivido un despertar del sol.

Tavernier no sabía que en esa precisa noche de fiesta, acabaría conociendo la traición del legado de su sangre y esperma. No le hacía gracia que su hijo saliera con esa libertina llamada Nadia, la que luego sería la culpable de la caída de todo por lo que había luchado. En el trayecto meditaba que podría hacer o decirle a su hijo para que aquella mujer no enturbiara el orden que había establecido en sus vidas. No soportaba la idea de la improvisación, ni para su familia ni para Hélike, todo debía ser controlado y constante. Y por paradójico que pareciese, la rutina, la monotonía y el terrible parecido de los días, le entristecía.

Porque todos los días deben ser iguales, porque los cambios no tienen por qué acontecer progresos, porque el progreso es la ruleta rusa de los temerarios que juegan con el futuro.

Hélike no tiene historia, es el estatismo hecho ciudad...

Iris - Nobody wins

martes, 5 de agosto de 2008

Veranos nucleares

Debería haberle abrasado el rostro, pero no sintió nada. A su alrededor, decenas de cuerpos en combustión se convulsionaban como si de una danza tribal se tratase, hasta que la musica paró para dar paso a humeantes restos de carbón. Era la sinfonía del estallido nuclear. Sabía que la temperatura allí era elevada, su piel se derretía pero no sintió nada.

La sensación de calor solo era un mero recuerdo de los vetustos días en la playa, con el olor característico de la espalda de ella, mezcla de salitre, protector solar y verano. Comenzó a salir de aquellas trincheras como podía, esuchando los gritos de los que se desgarraban de dolor, le recordaban a las gaviotas que sobrevolaban el puerto en las tardes de Dubrovnick, cuando el único problema era no mancharse con el helado que corría líquido por sus dedos.

Eran tiempos díficiles y solo podía escudarse en la memoria de un verano que ya no volverá, porque ni el escenario ni los actores existían ya. Solo quedaba él y el terrible dolor de no sentir ni el calor que hacía que su piel burbujeara.

El olor de su espalda, el susurro de las olas, la arena pegajosa, el sol abrasador, las miradas fruncidas, la gota de sudor, la garganta reseca, el graznido de las gaviotas, ella cabalgando sobre mi vientre, el olor de las algas, los incansables grillos, la noche de las ventanas abiertas, el rumor del mar, el fin de los momentos...

Y hubo otra explosión.

sábado, 2 de agosto de 2008

En la última noche

Era la última noche, y no pudo despedirse de ella. La última noche en la que sus pies jugarían a la guerra de los dedos bajo las sábanas y en la que su saliva se entremezclaría con la de ella. Que inquietante parece no saber el fin de nuestros días marcados en los calendarios de polvo de estrellas del determinismo cósmico.

Bajó rápido por las escaleras de emergencia de su edificio colmena sin haberle dado tiempo a darle un beso en la mejilla, el negocio estaba a punto de abrir y andaba justo de tiempo. En su frenética marcha no podía siquiera intuír que aquel con el que tuvo unas palabras noches atrás, acerca de la naturaleza del tiempo, acabaría precisamente con el suyo.


Ática se erigía sin concebir que era el último día que iluminaría los rostros de cientos de hombres sin sueños, solo alienados por los focos y las sustancias evasoras. Luces de neón y notas de saxofón fugaces pasaban alrededor de aquel camarero de pupilas asimétricas que llegaba tarde a su trabajo. Corría con la ilusión de que se avecinaba un ser creado con su carne, la noticia que ella le había lanzado le llenó de aliento. Quién lo iba a decir.

Como una exhalación dobló la esquina, en la que reinaba desde hacía décadas un taller de recauchutados, para encontrarse de bruces con el que había sido su trabajo durante tantos años. Un "lada" verde pasó a su lado como perseguido por el demonio, sus ojos no pudieron evitar encontrarse con los de uno de sus ocupantes. Nanosegundos de miradas de disculpas y resignación.

Cuando todo voló por los aires y él quedó atrapado entre hierros incandescentes que pondrían punto y final a su historia, se acabó dando cuenta de lo importante que hubiera sido haberle dado aquel beso aún con el riesgo de haberla despertado, ahora ya no le daba importancia al hecho de que siempre amaneciera con mal genio. Lo terrible del día a día se vuelve trivial en la útima noche...

M83 - Skin of the night

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