miércoles, 7 de noviembre de 2007

El pensamiento desconectó la existencia

No traté de cubrirme la cabeza. Es lo que siempre se me pasa por mi retorcida mente milenaria cuando estoy a punto de ejecutar un "trabajo". Mis compañeros ni siquiera podrían imaginar lo que ronda mi cortex en los instantes previos al acto de desproveer de la vida a un ser. A un ser humano. Oscar una vez trató de adentrarse en mis infiernos con la sigilosa pregunta de "¿No tienes remordimientos morales a la hora de realizar tu trabajo?". Siempre le he destrozado los oídos con pura palabrería en base al formalismo ético y una de sus corrientes en las que los actos morales, son aquellos que me llevarán a un fin óptimo. El siempre acudía a Kant para contrarestarme, el muy jodido racional. Todo aquello para no decirle la más pura verdad, me da igual, he matado a tanta gente que ya soy inmune a ello. Ahora falta autoconvencerme de ello.

Cuando todo acaba, y es la hora de borrar las pruebas y deshacernos del cadaver, vuelvo a pensar en que no traté de cubrirme la cabeza en la caída. Todo ello en silencio, sin levantar sospechas del pasado más ruinoso y cobarde que pude tener como hombre. Tras terminar el trabajo, siempre acostumbrábamos a ir un pub cerca de la discoteca Ática, donde el synth-pop dominaba el espacio. Oscar, Frank y yo, tres mercenarios frente a algún destilado aguado, y la música etérea, siempre acariciando nuestros oídos.

No sé si alguna vez me atreveré a confensarles que un día me suicidé, que no pude con la desidia de mi vida, y que cuando me deslizaba por el vacío de aquel patio de luz lleno de moho, sonreí al ver acercarse el suelo ante mi. No me cubrí la cabeza, porque no tenía miedo. Ahora si que lo tengo, al comprobar que estoy condenado para toda la eternidad a vivir con la desidia de la que intenté huir.

Alexis Salas y la destrucción cartesiana.

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