Había estado toda la noche escuchando a los Xymox en el pub Público del parque de la Mortaja. Me gustaban, toda vibración acústica debía ser épica para que llegara a tocar lo más hondo de mi, una épica heróica, o una cósmica, o incluso una épica melancólica, cualquiera valía. Ya era tarde y mi constante apatía, en unos casos en mayor grado que otras veces, me convenció de no dirigirme a los puentes de Hélike. Esa noche me apetecía pasear por los callejones del raval de Ipsópolis. Calles retorcidas de humedades viscosas y seres sórdidos. Quizás no más que yo. Por entre las sombras artificiales de las vértebras de las gruas, en su eterno trabajo de no sé qué obras, fumaba e intentaba darle forma a los vahos del invierno.
Y ahí estaba, el espacio entre yo y mi consciencia, ese espacio intangible que se curvaba en los límites de los sentidos, donde ya no habían pruebas empíricas que demostrasen que no andaba por la calle "Horno fondo", sino por las curvaturas imposibles de la avenida "Kalabi-Yau". Temía tropezarme con mi Yo supersimétrico en forma de payaso y que me mandase a la mierda cuando comprobara que aún de vez en cuando pensaba en lo moral de mis actos, me haría callar gritándome la poca importancia de mis artificios. No quería caer en aquellas disertaci
ones mentales, pero no podía escapar de ellas, como el campo gravitacional de una singularidad, me acababa atrayendo hacia las pesadillas de la verdad más desnuda de la existencia, la que me hundía y me recordaba una y otra vez, que ya nunca podré reunirme con mi legado genético y lo trivial de mi deseo.
Tras un rodeo, llegué al postigo de mi edificio. Ahí estaba, esperándome para acoger una vez más mis repetidos fantasmas y a los ahogos de mis pesadillas. Hoy no estaré solo, aquel chico llamado Arthur me esperaba rabioso y encadenado a la cocina, a la espera de vísceras humanas, las cuales yo no llevaba encima. Sonreí. Cuando el chirriante ascensor llegó a recogerme, no pude evitar mirarme en su espejo. Tuve que apoyarme en el apoyabrazos, ya apenas reconocía al niño que una vez fui, tampoco pude reconocer los límites del contorno de mi figura, no podía precisar cuando acababa yo, y empezaba el espacio crudo. Temblé. El ascensor comenzó a subir y eso me llevó a entender el repugnante cúmulo de vacío del que estaba hecho mi carne, y de como la nada impregnaba todo. Y entonces, me derrumbé.
La existencia desnuda del coronel Salas.
Clan of Xymox - Medusa
Y ahí estaba, el espacio entre yo y mi consciencia, ese espacio intangible que se curvaba en los límites de los sentidos, donde ya no habían pruebas empíricas que demostrasen que no andaba por la calle "Horno fondo", sino por las curvaturas imposibles de la avenida "Kalabi-Yau". Temía tropezarme con mi Yo supersimétrico en forma de payaso y que me mandase a la mierda cuando comprobara que aún de vez en cuando pensaba en lo moral de mis actos, me haría callar gritándome la poca importancia de mis artificios. No quería caer en aquellas disertaci

Tras un rodeo, llegué al postigo de mi edificio. Ahí estaba, esperándome para acoger una vez más mis repetidos fantasmas y a los ahogos de mis pesadillas. Hoy no estaré solo, aquel chico llamado Arthur me esperaba rabioso y encadenado a la cocina, a la espera de vísceras humanas, las cuales yo no llevaba encima. Sonreí. Cuando el chirriante ascensor llegó a recogerme, no pude evitar mirarme en su espejo. Tuve que apoyarme en el apoyabrazos, ya apenas reconocía al niño que una vez fui, tampoco pude reconocer los límites del contorno de mi figura, no podía precisar cuando acababa yo, y empezaba el espacio crudo. Temblé. El ascensor comenzó a subir y eso me llevó a entender el repugnante cúmulo de vacío del que estaba hecho mi carne, y de como la nada impregnaba todo. Y entonces, me derrumbé.
La existencia desnuda del coronel Salas.
Clan of Xymox - Medusa
1 comentario:
Nunca digas nunca...
Esto también se puede borrar. (como los recuerdos)
Buen blog.
Felicidades.
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