Quería despedirme, ¿porqué? Soy imbécil y viejo. En otros tiempos hubiera sido mucho menos educado y más cauto, pero los años, incluso para un muerto en vida, hacen estragos. Iba a ser la última vez que la vería antes de embarcarme en una locura de dimensiones grotescas donde su destino, quizás, se vería también salpicado. No quise que Óscar ni Frank me acompañaran, no quería que vieran mi vulnerabilidad, todos nos sentimos violentos cuando por accidente nos mostramos frágiles.
Y ahí estaba la escena que me devolvió a mis orígenes evolutivos. Bajo los oscuros puentes de Hélike, donde antaño corría un río anónimo, ahora era la sangre quién lo hacía en su lugar. Ajuste de cuentas entre proxenetas y putas, y yo en medio, como siempre. La vi con los ojos intentando escapar de sus cuencas, ojos abrazando desesperadamente la vida, el gran orificio de bala en su pecho era incompatible con ese deseo. Mis ojos de Noviembre, como ella los había apodado un día, se volvieron primitivos, obscenos...
No recuerdo cuantos cayeron, solo sé que me pudrí y comencé a arrancar extremidades. Los aullidos agonizantes, las balas que impactaban en mi cuerpo y la sangre y tripas que corrían por mi boca eran lo único que me hacían saber donde me encontraba mientras me regocijaba en mi orgía privada de mutilación. No les di tiempo a pedir perdón. Y en el fondo disfrutaba.
- Eres el cliente más hijo de puta que he visto nunca... - me susurro el último, un niño bien de cejas depiladas como sus principios morales de chulo de putas. Me jodió que creyera que era un cliente más... aunque fuera la verdad. Puse fin a su vida.
- Va por ti niña - le dije cerrándole sus ojos vítreos e incómodos. - Aunque nunca supe tu nombre, descansa...
Todos nos convertimos en animales cuando gritamos, ya sea de dolor, o de furia...