Los viajes en tren son lo último que nos queda de un tiempo pasado, de cuando eramos eléctricos. Melancólico vaivén de paisajes bucólicos y pretéritos. Punto de encuentro de miradas cómplices y compañeros extraños pero reconocibles. Los trenes pasan de vez en cuando, tardan, se toman su tiempo e incluso nunca vuelven a rechinar sus vías en el carril de tu estación, pero cuando lo hacen, suspiramos entreviendo una leve sonrisa. Eso, a todas luces tan trivial, es una parte de nuestras vidas. Incluso a veces es La Vida. Última llamada, subir o no subir, difícil elección. Los trenes no permanecen eternamente en la misma estación, es ley de vida. ¿Contemplarás desde el andén cómo se aleja este otro convoy, que aunque antiguo e imperfecto, escondía un plácido asiento junto a la ventana? Si, y la estación ya se difumina tras la niebla. Es ley de vida y no deseabas este viaje.
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