lunes, 14 de abril de 2008

La vida en Hélike

Cuando el despertador comienza a sonar, sé que lo bueno ha acabado. La colcha se desliza hacia el suelo y con ella mis pies, haciendo que el frio llegue a congelar incluso mis asimétricas vértebras cervicales. A pesar de correr las cortinas de hilo blanco que cuelgan sobre la ventana de marcos de madera, la luz no entra en mi cuarto. La luz ahí fuera no existe. El cartón de leche está vacío, así que una simple manzana tomará el papel principal del desayuno. Lavo mis dientes con dentrífico barato y observo en el espejo mi rostro alienado. Los lunes son duros.

No me cuesta esfuerzo tomar asiento en el metro, cada cinco minutos para uno de ellos en la oscura estación que se encuentra bajo mi humilde apartamento. Intento echar una cabezada mientras las voces de los trabajadores se entrecruzan con el sonido del mensaje de la mañana de nuestro presidente. Decenas de personas leen sus periódicos, periódicos idénticos, libros idénticos y uniformes idénticos pueblan un vagón lleno de grafittis y olor a viejo.

La oficina, es idéntica a las de las demás plantas de un edificio idéntico a los de alrededor. El centro de Hélike es un espejo de si mismo. Las horas pasan con la misma pauta que las semanas anteriores, la misma secuencia lógica de acontecimientos me lleva a coger de nuevo el metro cuando acaba la jornada laboral. Otra vez el mensaje de nuestro presidente animando a la producción para levantar Hélike; y las mismas caras de esta mañana pero un poco más distantes, más inertes. Lo único nuevo son los pequeños grupos de jóvenes de cabellos imposibles y maquillajes histriónicos, dispuestos también a alienarse en la noche eterna de algún barrio sórdido.

Mi apartamento, de colores pastel y alfombras grises, cada vez me resulta más ajeno. La televisión solo emite las dos emisoras de nuestro estado y no a todas horas, solo en franjas determinadas. Ahora no hay programa alguno, solo la carta de ajuste y una melodía de Alphaville. La apago. Sigue sin quedar leche en el cartón de la nevera, por lo que decido acostarme sin nada en el estomago. Y es cuando he dejado de comer de una parte a aquí, cuando he comenzado a pensar. Los pensamientos me llevan a la lógica, y ésta, a la angustia de comprobar mi vida sin vida.

Mañana desayunaré, ya lo creo. Sé que la policía política controla la frecuencia de mis compras de alimentos, como todo en esta ciudad, y ya hace un mes que la leche se terminó... Prefiero la no noción de la realidad a pasar el resto de mis días en una celda minúscula o lo que es peor..., deportado fuera de la cúpula, con los muertos...

Skinny project - A diferent morning

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