Era una tarde de principios de mayo. Calor y ecos de graznidos en el patio interior. Mis manos vacías, como mi alma, reposaban sobre mis huesudas rodillas. Tomé aire, caliente y me asomé a la ventana. Observé el vacío y lo reconocí. Era esa tarde, la última conmigo. El suelo se aceleró hacia mis ojos, no los cerré. Un dolor agudo dio paso a un sentimiento de paz. Todo cobraba sentido.
Luego me trajeron de vuelta, pero eso es otra historia.
Nunca fui mas feliz que en esa tarde calurosa y húmeda de mayo.
A.S.
No hay comentarios:
Publicar un comentario