Solo ese zumbido que
se confunde con el silencio. No cesa. Es la radiación de fondo. La prueba
irrefutable de que algo ocurrió antes de que ni tan siquiera un encéfalo
pudiera saberse consciente de sus espacios intersinápticos. La pantalla
reverbera con esa frecuencia de imagen tan vetusta, tan soviética; y nada. Solo
el zumbido.
El titilar de las
luces de los paneles me recuerda a ese viaje en coche. Al último viaje. Como echo
de menos que me llevaran de noche en el asiento del copiloto, con la ventanilla
entreabierta para sentir halos de realidad y neones de oscuridad. Exiguos
momentos en los que entendía que ocupaba un sitio en el mundo,…en el de los
vivos. La música ambiental, que entonando notas que se disipaban y escapaban
por esa rendija entreabierta, fijaba el límite de nuestro mundo y el agujero
negro de ahí fuera.
Te fuiste al
finalizar la música. Ya sabía que lo harías. Todas las melodías acaban en la
más mísera tristeza. Te perdiste en el horizonte de sucesos, y es por ello que
llevo siglos mandándote mensajes. Utilicé todos los filtros y ondas, me
masturbé con las de radio y sucumbí a las X. Al principio obtenía respuestas,
luego fueron siendo menos frecuentes, hasta que te volviste ese zumbido tan
familiar y amargo. El efecto Doppler siempre fue la banca en este juego
fracasado.
Todos los días
observo ese monitor obsoleto que resistió a la guerra fría. Todos abandonaron
hace tiempo la esperanza de una señal, pero yo ya dejé colapsar estrellas hace
eones, y no me queda más remedio que escuchar tu zumbido y la imagen estática
que proyecta un monitor viejo, obsoleto y soviético.
Han pasado días, pero
aquí, son centurias. La relatividad especial siempre fue la banca en este juego de
fracasados.
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