Las once menos cuarto. Siempre son las once menos cuarto cuando sangre y violencia están a punto de salir a escena, como en un show erótico. Como dos pechos caídos oscilando monótonamente noche tras noche, frente a un público ya indiferente. Uno tiende a acostumbrarse al olor de las tripas humanas, cuando éstas pretenden abandonar el peritoneo de sus dueños.
Quedaba solo un cuarto de hora para que nos pusieramos en marcha. Oscar y yo agazapados en un entresuelo abandonado y Frank en la retaguardia, tras unos contenedores repletos de mierda. A mi señal entrariamos en acción: un par de tiros, cuatro muertos, algún torturado para matar mi desidia y el cargamento de heroína en nuestras manos. A vivir de las rentas por un año más.
Sin darnos cuenta, comenzamos a escuchar una risa tras nosotros, una risa desposeída de toda racionalidad, rozando la carcajada. Oscar y yo nos giramos sobre nosotros mismos repitiendo "mierda" al unísono y por inercia. Un anciano sucio y semidesnudo nos observaba divertido mientras reía sin sentido alguno. Allí sentado en una destartalada silla nos contemplaba haciéndonos sentir ridículos.
Oscar me miró, yo no le hice ni caso. Miré hacia la ventana. Aún no habían llegado. Comprobé la hora en mi reloj y de nuevo volví a observar al viejo. Éste cada vez reía con más fuerza.
- ¿Qué hacemos Marburg? Nos van a descubrir.
Volví a realizar la misma acción anterior. Aquella escena berlangariana pudo conmigo. Opté por una noche dejar de ser el monstruo al que estaba acostumbrado interpretar. Guardé mi arma y remangué las mangas de mi chaqueta.
- Ayúdame a incorporar a este anciano. Hay que llevarlo a su casa.
- ¿Y Frank? - me preguntó con extrañeza Oscar.
- Déjale que disfrute del entorno donde se encuentra.
Solo fue esa noche, luego continué siendo lo que mi naturaleza me había marcado desde el comienzo de mi existenca...
Quedaba solo un cuarto de hora para que nos pusieramos en marcha. Oscar y yo agazapados en un entresuelo abandonado y Frank en la retaguardia, tras unos contenedores repletos de mierda. A mi señal entrariamos en acción: un par de tiros, cuatro muertos, algún torturado para matar mi desidia y el cargamento de heroína en nuestras manos. A vivir de las rentas por un año más.
Sin darnos cuenta, comenzamos a escuchar una risa tras nosotros, una risa desposeída de toda racionalidad, rozando la carcajada. Oscar y yo nos giramos sobre nosotros mismos repitiendo "mierda" al unísono y por inercia. Un anciano sucio y semidesnudo nos observaba divertido mientras reía sin sentido alguno. Allí sentado en una destartalada silla nos contemplaba haciéndonos sentir ridículos.
Oscar me miró, yo no le hice ni caso. Miré hacia la ventana. Aún no habían llegado. Comprobé la hora en mi reloj y de nuevo volví a observar al viejo. Éste cada vez reía con más fuerza.
- ¿Qué hacemos Marburg? Nos van a descubrir.
Volví a realizar la misma acción anterior. Aquella escena berlangariana pudo conmigo. Opté por una noche dejar de ser el monstruo al que estaba acostumbrado interpretar. Guardé mi arma y remangué las mangas de mi chaqueta.
- Ayúdame a incorporar a este anciano. Hay que llevarlo a su casa.
- ¿Y Frank? - me preguntó con extrañeza Oscar.
- Déjale que disfrute del entorno donde se encuentra.
Solo fue esa noche, luego continué siendo lo que mi naturaleza me había marcado desde el comienzo de mi existenca...
2 comentarios:
Porque hasta los monstruos guardan algo de humanidad en su interior,¿no?
Tal vez porque la Bestia forma parte de nuestra naturaleza y nosotros de la suya.
Un fuerte abrazo desde el Otro Lado
P.D. Siempre resulta sugerente leer tu prosa.
POr cierto, ¿dibujas comics?
Publicar un comentario