Fue ese día donde más miedo tuve en mi vida. Metástasis en hueso. Al escuchar en cámara lenta esas palabras del doctor, solo pude que mirarte a los ojos sin poder reprimir el rictus del fin. Ella me devolvió la mirada sintiéndolo más que yo. Se iba a ir pronto y me iba a dejar solo, acompañado de recuerdos que se irían desvaneciendo.
A ello le siguieron las noches de nauseas y vómitos. Cuando quedabas rendida presa del agotamiento que te proporcionaban tus propias células, aquellas que decidieron sabotearte, miraba tus secuelas: pelo ralo, huesos prominentes, y esas cuencas que afloraban para quedarse. Te abandonaba por unos instantes para acudir al balcón a evadirme entre marihuana y las luces titilantes de Dubrovnik en la oscuridad. Volvía a tu lado hecho fragmentos.
En una fría noche de noviembre, tuviste que marcharte. Me dijiste "cuídate mucho mi Radic" y el "te quiero" más sincero. Como siempre, me contuve para que no me vieras llorar. Toda una vida conteniéndome. Te di como siempre, aquellos dos besos en los labios y el tercero, en tu naricita. En la última exhalación te bañé de lágrimas, pero tú ya no estabas para notarlo y tu radiación de fondo se mitigaba.
Días después lo decidí todo. No soy un hombre de Fé, pero en mi cabeza no cabía la idea de no tenerte a mi lado cada noche notando tus pies calientes, tu aliento entrecortado, tú. No bajé los brazos y puse distancia entre lo que llamamos existencia y lo que hubiera más allá, donde estoy seguro, que estabas tú.
Te quiero.
R.V
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