La infinita sombra del arco de la "Voluntad del Pueblo" se proyectaba sobre los pasos lánguidos del que fuera el teniente Willis. Al acercarse al centro de aquel brutalismo conglomerado de hormigon y acero, su rostro se vio iluminado repentinamente por el "Fuego eterno" que yacía en aquel pebetero oxidado. Siempre habían flores frescas aldedor de aquellas llamas inmortales. Tan inmortales como Willis, luz y oscuridad. Esperanza y la condena de la culpa.
Detuvo sus pasos junto a las llamas. Cualquier otro ser no resistiría tamaña cercanía al calor radiante. Pero él era Brian Willis, una especie de demonio o más bien, uno de los mayores perdedores de Ipsópolis. De belleza magnética, ninguna mujer pudo resistirse a la mirada más seductora y antigua que proyectaba sobre sus presas. Regueros de corazones rotos dejó a su paso, pero también pómulos, huesos y rostros.
Uno de los monstruos de Ipsópolis, aquel con el que ninguna madre querría que su hija se encontrase, porque ya nunca más volvería a su regazo. El asesino del amor, el destructor de la carne. Y es que la culpa no hace prisioneros, y tú Willis, llevas muriendo cada segundo de esto que pululas y que llaman vida. Nunca, y eso quiere decir, nunca, volverás a sentir. Pero lo más triste, es que nadie nunca pensará en ti. Y sonríes, mientras tu rostro se deshace por el calor, porque sabes que estás perdido.
Tan solo te queda suspirar, volver y de nuevo comer carne humana. Porque de llorar, ya te olvidaste.