A las 4 A.M. un camión oxidado y silencioso realizó una parada en los límites de la cúpula. Sin apagar el motor, su puerta trasera se elevó lentamente para dar paso a cinco figuras lentas e irracionales. Una vez apeadas en aquella silenciosa calle vacía, el camión se despidió sin dejarles un adiós. No importaba, no lo iban a entender. Durante cinco minutos permanecieron inmóviles, con la boca abierta y las miradas elevadas y perdidas. La sucesión de hechos estaba en su punto álgido. Comenzaron a moverse en grupo sin rumbo fijo y proyectando sonidos guturales y arcaicos. Como hace millones de años.
A las 4:30 A.M. aparecieron aquellos con los que nadie desearía toparse. Ocho hombres perfectamente uniformados con los identificativos del Ministerio para la Seguridad del Estado. Silenciosos, metódicos e implacables alzaban sus manos proyectando antimateria sobre aquellas cinco figuras desprotegidas, cuyo único delito había sido volver al estado de reptiliana irracionalidad...
¿Y porqué estaba allí?, solo él lo sabía. Intentaba no moverse a pesar de los temblores que aquella escena tan alucinante le había regalado. Los cartones que cubrían su cuerpo cedieron provocando un golpe seco que atrajeron, al unísono, las miradas de aquellos ocho asesinos. Uno de ellos, el que parecía liderar el grupo, se acercó hasta él, lo alzó del suelo con amabilidad y permitió que le apuntase con un pequeño revolver hacia su cabeza.
Hubo un silencio espeso, casi interminable.
Aquel agente del gobierno, comenzó a abrir su boca, mostrando una hilera de dientes antediluviana. Comenzó a devorarle el brazo que sostenía el arma de una manera pausada, sin que su víctima reaccionara. Solo era miedo. Sucedieron dos disparos, producto del acto reflejo de presionar molares con tendones. Los otros siete se unieron al festín.
A las 5:10 A.M. todo había acabado. En aquella calle solo un esqueleto impoluto sosteniendo un arma yacía en el asfalto, como una macabra escultura. Bajé de la azotea donde observé todo, recogí uno de los femures y me pregunté por mi existencia.
También pensé en mis actos. Tan solo era K.