Era un salvoconducto especial. Muy pocos eran los que se obtenían en la embajada del Madrid oeste. Unos diez o veinte por año se repartían entre un grupo selecto de personas elegidas previo estudio exhaustivo de sus perfiles. Así eran de estrictas las reglas en el este, aún en pleno siglo XXI. Solo estaban destinados para aquellos que aún mantenían lazos familiares con el otro lado, lo que se vino a llamar “tratado de cooperación entre las dos Españas”
El taxi me dejó a las puertas del Banco de España, último punto de la ciudad con libre circulación. A partir de aquí se desplegaba toda la fuerza militar de nuestro bando, vigilando día y noche el muro que se alzaba dividiendo Madrid en dos. Era curioso, paseo de Recoletos y mundo capitalista, parque del Retiro y estado socialista. Y la puerta de Alcalá en medio de tierra de nadie.
Atravesar la frontera hacia el otro lado era cuestión de paciencia, de mucha paciencia. Preguntas, registros, miradas desafiantes, todo por encontrar el más mínimo indicio de que pudiéramos pasar propaganda capitalista dentro de sus fronteras. Que más daba, estaríamos vigilados las 24 horas. Mi destino estaba en la costa de Alicante, así que no tuve más que cambiar mis euros por pesetas para adquirir un billete de tren que me condujera a mi destino.
Esta España era del todo onírica, mezcla de estatismo temporal y sociedad avanzada. Me era fácil en algunos momentos identificar aspectos familiares de los lugares, las edificaciones o incluso las personas, pero otras veces, pareciera que viajaba en un vagón de algún país extraterrestre. Un silencio denso pululaba por doquier, solo truncado por mensajes propagandísticos que sonaban con una cadencia de tiempo determinada y sumamente estudiada: “Nuestros camaradas catalanes han conseguido aumentar sus plantas de producción textil colectiva, gracias al trabajo proletario y a la unidad del partido” “Los campos manchegos, labrados por nuestros valerosos agricultores, suministrarán el alimento necesario para enfrentarnos al duro invierno español” “El capitalismo mina la conciencia social y los sueños de igualdad”. Todo el mundo en este lugar pertenecía al ejército del partido.
Y aquí sentado, en un viejo bar de playa de los Arenales del Sol, habiendo comprobado que todos mis lazos familiares dejaron de existir hacía mucho tiempo, trato de recordar como era todo antes de cruzar esa frontera que dividía la niñez del adulto. Un pelotón del ejército regular avanzaba por el paseo marítimo con aire marcial, las sirenas que avisaban del fin de la jornada laboral sonaban a lo lejos y las olas seguían llegando a la orilla, ajenas a la historia.
1 comentario:
Jajaja, me ha molado mucho esta entrada.
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