- Y lo cierto, señor Marburg, es que me necesitas más tú a mi que yo a usted.- le susurró aquella joven en su oído.
El trató de explicarle lo equivocada que estaba, pero a medida que avanzaba en su, para él, blindado discurso, sintió grietas abriéndose paso por sus palabras. Tan profundas que como una presa en el límite de su capacidad, comenzaban a despedazar y volver arena su disertación. Y el agua salió disparada sin que nada pudiera pararla. La ley física natural. Guardó silencio durante minutos de un horizonte de sucesos. Comprobar lo equivocado que estaba, dolía, y hacía siglos que no sentía esa sensación.
Quizás, fuera síntoma de alegría.
Ella se durmió en su regazo tras el chute de caballo, con una dulce sonrisa .