Oscilaste tu pequeña mano de niña bajo la lluvia, despidiéndote, sabiendo que era la última vez que nos veríamos en este mundo extraño. En la lejanía era incapaz de ver tus facciones difuminadas, no me di cuenta de que era el tiempo haciendo de las suyas. Las gotas de lluvia ahogaron las mias, y con ese dolor en la garganta que tanto reconocía, di media vuelta y me marché para siempre.
Y ahora, que el polvo de Mariúpol comienza a posarse, compruebo que aquí no hay nadie y lo terriblemente solo que voy a estar...
...siempre.