Tiempo atrás le temblaba el pulso. Ahora, liaba su papel de fumar repleto de hierba y el "toque" mágico que tanto le gustaba, sin un atisbo de sismicidad orgánica. Porque lo orgánico y él eran un oxímoron. El papel se enrrolló perfectamente entre sus uñas negras, tras muchos siglos haciendo la misma maniobra. Lo selló con su seca lengua y prendió ese canuto evasor que tanto necesitaba. Nunca le haría efecto, ya que lo que está muerto hace tiempo que se evadió.
- ¿Y ahora? - le dijo ella mientras se encontraba sentada frente a él, presa de un estado disociativo que la empujaba como la gravedad propia de un quasar, a mirar al suelo sucio y desgastado.
- El mismo diálogo que venimos repitiendo años y años, y que no lleva a ninguna parte. -dijo él con un tono cansado mientras se envolvía en una humareda axfisiante de opiáceos - ¿qué palabras deseas escuchar?
- Las justas y necesarias, las que nunca pronunciarás.
- Las que no existen.
- ¿Por qué te quedaste conmigo?
Y Radic dudó, porque lo sabía, pero era vergonzoso admitirlo. No todos podemos admitir toda la verdad y escupirla a quién está enfermo. Laura en ningún momento apartó la mirada del suelo. Se levantó repentinamente y lo miró con ojos sin vida.
- No hace falta R., ya lo sé.
Y abandonó la estancia para irse a cazar. Sería una noche vacía como las demás, llena de trozos de carne, que como trofeos, desfilarían entre sus piernas frías y cadavéricas. Y quizás, en el clamor de la batalla de la carne, devoraría a sus presas para ayudarla a encontrar las palabras que necesitaba. Las que no existen.
Y la mano izquierda de Radic tuvo un espasmo involuntario...