Ese dedo acusador. Ese trozo de carne purulento, vasto y atroz olisqueando en busca de tu cavidad oral para penetrarte como en los sueños húmedos de Cronenberg. Cansado de ese dedo anónimo que siempre estuvo ahí, desde el principio de los días, desde que implotó el quasar que me hizo exisitir. Recuerdo cuando no recordaba, porque no había nada, ni siquiera tú o tú o tú, solo vacío cósmico intrasubparticular. Cuando no me pesaba cambiarte cual objeto, pero reviento por dentro. Ya todo es pulpa, como ese dedo acusador buscando mi cavidad anal. Lo siento tanto.
"No-soy-un-puto-psicópata". Quitarme el rostro de Michael Ironside pegado a mi como un octavo pasajero. Pero no puedo. Me derrumbo a solas, como ocultando la mayor perversión, como un adicto al crack, y la evaporación hace el resto. Me digo "sonríe mientras puedas" porque tu ciclo pertenece a una esfera cuántica, y tras la cúpula, solo hay restos de cortezas de fruta podridas y marcadas con miriadas de dientes irregulares, como ese dedo de Damocles. Solo un resto antediluviano de esperanza sustenta mi mundo, un mundo extraño. Un mundo donde siempre es noviembre y la lluvia cubre calles humeantes en eterno anochecer. Un mundo nuclear. Un mundo que sabe a ayer y que nunca vuelve pero que está ahí, tras la pared acolchada.
Un mundo...