Todos los días me levanto con el sonido del despertador en el momento
que solo se escuchan las respiraciones de los otros. Intempestivo es el viento
que golpea la puerta contra mi espalda una y otra vez, cada mañana al salir del
cubículo donde habito. Y ahí está el paraje desolador. Muertos sorprendidos de
vivir aún, deambulando entre las fuertes oleadas de viento mojado por una
lluvia negra y ácida. Si por mí fuera, los acompañaría a su verdadero hogar, a
las tumbas de donde no tendríamos que haber salido nunca. Porque la tierra, ¡oh!
si la tierra húmeda, es el mejor hogar para una inexistencia a nivel
subatómico. El vacío con el que viajo pesa más que la propia existencia que
supuestamente me han regalado.