Ya habiendo aterrizado con aquel viejo MIG-29 en los melancólicos parajes de Odessa, me encaminé a esclarecer mis ideas con algo de arte conceptual. Las pantallas de aquel viejo bar, lleno de ojos cansados, me transportaron a tiempos olvidados de televisones analógicas y caracteres anacrónicos. El rostro de Gadafi se mostraba resplandeciente y juvenil mientras mi licuado de malta desaparecía por entre mi garganta, dejando olas de espuma en las orillas de mi baraba de dos días. Desaparecí en la costa de aquellas playas olvidadas por dos tercios de la humanidad, rumbo a mares de helio líquido, para olvidarme de mi cansada rutina y mi oprimente carcasa de carne vieja.