sábado, 21 de febrero de 2009

Un instante

- Todo es dolor. Todo es miseria - murmuraba Oscar mientras contemplaba los estertores de su amigo Frank. Bajo el frio abrigo de los brazos de Alexis, intentaba en vano alcanzar bocanadas de aire con el que poder seguir en este lado existencial. Imposible. La carne que unía su cabeza con el tronco había sido arrancada de cuajo. Neil era la causa.

En ese mismo instante, al otro lado del barrio, un helado pulgar acariciaba el botón rojo. La duda, el punto de inflexión de un pequeño acto que derivaría en un efecto inconmensurable, hacía que Jostein se tomara su tiempo. Todos sabemos que hay sucesos que son imposibles de frenar. No hace falta ser un clarividente para adivinarlo, son los impulsos irracionales del hombre.

Y mientras la onda expansiva del coche bomba arrasaba las vidas de los funcionarios de una oficina del estado, Andrei seguía con la rutina de golpear su frio cráneo contra el granito que lo engullía. Quinientos años de monótonos actos, otra circunstancia más que derivaría en aprehender el futuro.

Como el futuro de Radic y Laura, el cual tenía los mismos trazos que su pasado y su presente. El estatismo es una aburrida enfermedad que concurre con la desidia para terminar en los pozos del infierno. Por tanto en esa noche, ella comería carne humana y él volvería a tener visiones apocalípticas premonitorias en su balcón.

Y mientras Alexis dejaba en el suelo el ya inerte cuerpo de Frank para proceder a la pelea de titanes contra su antaño compañero, Neil Rivers, Brian Willis limpiaba de sangre sus inmaculadas gafas. Su última víctima, una joven veinteañera, se había atrevido a dirigirse a él con aquel tono de voz que tanto odiaba, ese que intentaba emular una falsa maestría de la vida. Que pena haberse topado con un catedrático de la muerte.

Tan solo queda hablar de lo que hacía Gein en ese instante. Pero ello no hace más que repetir de nuevo el dolor y la miseria solo que acompañado de la nauseabunda soledad.

sábado, 14 de febrero de 2009

Ya no queda nadie

Darme cuenta de
la mutiladora realidad
que solo el eco de mi voz
me acompaña siempre
¿Cuándo os aniquilaron?
¿Cuánto tiempo
he dialogado solo?
¿Cómo saldré de ésta?

Eco.

domingo, 8 de febrero de 2009

Página 0


-¡Te dije que no me volvieras a prepapar esos mejunjes para cenar!
-¡Es lo único que me dió tiempo a cocinar! ¡También me tengo que encargar de la maldita tienda!
-¡No me hables así Ann!
-Gññññgggññgg
-¡Te hablo como me da la gana!
-¡Sabes que tengo azucar y te entra por una oreja y te sale por otra!
-¡Cuando no te conviene algo me sales con el azucar!
- ¡Pero será...!
¡¡BLAM!!
- Ayuggggdañññme, ayugggda, mgggeee pegggsigueñññ loggg muegggtogggg...
- Dios mio...

viernes, 6 de febrero de 2009

España del Este

Era un salvoconducto especial. Muy pocos eran los que se obtenían en la embajada del Madrid oeste. Unos diez o veinte por año se repartían entre un grupo selecto de personas elegidas previo estudio exhaustivo de sus perfiles. Así eran de estrictas las reglas en el este, aún en pleno siglo XXI. Solo estaban destinados para aquellos que aún mantenían lazos familiares con el otro lado, lo que se vino a llamar “tratado de cooperación entre las dos Españas”


El taxi me dejó a las puertas del Banco de España, último punto de la ciudad con libre circulación. A partir de aquí se desplegaba toda la fuerza militar de nuestro bando, vigilando día y noche el muro que se alzaba dividiendo Madrid en dos. Era curioso, paseo de Recoletos y mundo capitalista, parque del Retiro y estado socialista. Y la puerta de Alcalá en medio de tierra de nadie.


Atravesar la frontera hacia el otro lado era cuestión de paciencia, de mucha paciencia. Preguntas, registros, miradas desafiantes, todo por encontrar el más mínimo indicio de que pudiéramos pasar propaganda capitalista dentro de sus fronteras. Que más daba, estaríamos vigilados las 24 horas. Mi destino estaba en la costa de Alicante, así que no tuve más que cambiar mis euros por pesetas para adquirir un billete de tren que me condujera a mi destino.


Esta España era del todo onírica, mezcla de estatismo temporal y sociedad avanzada. Me era fácil en algunos momentos identificar aspectos familiares de los lugares, las edificaciones o incluso las personas, pero otras veces, pareciera que viajaba en un vagón de algún país extraterrestre. Un silencio denso pululaba por doquier, solo truncado por mensajes propagandísticos que sonaban con una cadencia de tiempo determinada y sumamente estudiada: “Nuestros camaradas catalanes han conseguido aumentar sus plantas de producción textil colectiva, gracias al trabajo proletario y a la unidad del partido” “Los campos manchegos, labrados por nuestros valerosos agricultores, suministrarán el alimento necesario para enfrentarnos al duro invierno español” “El capitalismo mina la conciencia social y los sueños de igualdad”. Todo el mundo en este lugar pertenecía al ejército del partido.


Y aquí sentado, en un viejo bar de playa de los Arenales del Sol, habiendo comprobado que todos mis lazos familiares dejaron de existir hacía mucho tiempo, trato de recordar como era todo antes de cruzar esa frontera que dividía la niñez del adulto. Un pelotón del ejército regular avanzaba por el paseo marítimo con aire marcial, las sirenas que avisaban del fin de la jornada laboral sonaban a lo lejos y las olas seguían llegando a la orilla, ajenas a la historia.

Curiosos

Radar...

Tráfico de hombres